Malicia del pecado venial

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Si se busca la causa de la flojera de un altísimo número de bautizados respecto de su vida espiritual, la enorme tibieza, abandono de las obligaciones inherentes a la vida cristiana, ausencia de un compromiso apostólico, rutina en la vida de piedad, ¿dónde se halla la causa principal de esta perniciosa acedia? Sin duda en la escasa o nula atención que se presta al llamado pecado venial.

Evitar todo pecado mortal ya parece un heroísmo a la mayoría de los bautizados. Son pocos los que poseen la delicadeza de darse cuenta de que aún el pecado venial es pecado, es ofensa a Dios, es traición, es deuda a pagar, es ocasión perdida de merecer; por lo que no se apuran por adquirir la sensibilidad suficiente para notar que el pecado venial es un mal de importancia.

Bien lo dijo San Agustín: las grietas, lentamente, abren brechas en el barco y producen su hundimiento.

Sí que es verdad que el pecado venial se puede perdonar sin el recurso de la confesión sacramental, pero sigue siendo un pecado que influye en el alma del cristiano, de modo que su exigua atención a los veniales puede deformar permanentemente la conciencia.

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La Gracia y el Pecado (III)

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7 octubre, 2015

Acabando con nuestro tema sobre la gracia y el pecado, toca hoy ocuparnos de los efectos del pecado mortal, de cómo recuperar la gracia perdida y de lo que podemos hacer para crecer en la gracia santificante.

Efectos del pecado mortal

Si estamos en estado de gracia, sólo un pecado mortal es capaz de:

  • Quitarnos: la gracia santificante y con ello nuestra unión con Cristo, los méritos obtenidos durante nuestra vida, la inhabitación del Espíritu Santo en nuestras almas, la filiación divina, los dones del Espíritu Santo, las virtudes infusas. La oración pierde su fuerza, pues el motor que la impulsaba (el Espíritu Santo) ya no está en nosotros.
  • Hacernos: Esclavos de Satanás y al mismo tiempo debilitar nuestra alma en su lucha contra las tentaciones.
  • Morir en pecado mortal nos conduciría directamente al infierno.

Así pues, un solo pecado mortal es capaz de derrumbar instantáneamente en nosotros la vida sobrenatural[1]. ¡Y es tan fácil cometer un pecado mortal!

Hoy día, los “nuevos moralistas de la misericordia” nos quieren hacer creer que es prácticamente imposible cometer un pecado mortal. Llegan a esas conclusiones pues afirman que para cometer un pecado mortal hay que tener total libertad, total conciencia, ser plenamente conciente de la malicia del pecado, consentir al cien por cien en esa acción… Si eso fuera cierto, entonces el hombre nunca haría nada malo ni bueno; pues del mismo modo que se “precisaría” el cien por cien de las facultades para el mal, también lo sería para el bien. Dicho de otro modo: El hombre no sería libre y por lo tanto Dios no le podría dar ni premio ni castigo por sus acciones. Y eso va directamente en contra de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras (Mc 9:43-47)[2]. Sigue leyendo