Queridos hermanos, el pasado mes de diciembre de 2017 entró en vigor en Francia la nueva traducción de la frase del Pater noster, Et ne nos inducas in tentanionem: Y no nos dejes caer en la tentación, la misma traducción que en español. La traducción literal es: No nos induzcas a la tentación. Se ha planteado la pregunta de si la traducción literal es correcta. ¿Podemos decir que Dios induce a la tentación? ¿No parece una ofensa tal petición? Intentaremos dar un sentido, que pueda satisfacer y hacer entendible, a la traducción literal. Sigo la Santa Biblia de Mons. Juan Straubinger, 3ª edición especial. 2016, Universidad Católica de La Plata, y sus notas a pie de página.
Vayamos a Éxodo 2, 21: Y dijo el Señor a Moisés: Cuando vuelvas a Egipto, mira que hagas delante del Faraón todos los prodigios que he dado en tu mano. Yo, empero, endureceré su corazón, y no dejará ir al pueblo. Igual que Dios actuó con el Faraón de Egipto, leemos en la Carta a los Romanos (9, 18): Así que tiene misericordia de quien quiere, y a quien quiere le endurece. Se puede concluir que Dios de quien quiere tiene misericordia, y a quien quiere lo endurece.
En más pasajes bíblicos el Señor endurece el corazón. El Señor endureció el corazón del Faraón, de modo que no les escuchó, según el Señor le había dicho a Moisés (Ex. 9, 12). Por eso los entregué a la dureza de su corazón: a que anduvieran según sus apetitos (Sal. 80, 13). “¡No hay peor castigo que esa libertad que con tanto ahínco defendemos! (cf. Hech.14, 15). El Señor los dejaba entregarse a sus vicios y concupiscencias como los paganos, cuyos “gimnasios” imitaron, de modo que cosecharon frutos muy amargos: Como no estimaron el conocimiento de Dios, los entregó Dios a una mente depravada para hacer lo indebido (Rom. 1, 28)”.
Leemos en la nota a pie de página de la cita del Éxodo 2, 21: “Dios podía haber castigado al Faraón de mil maneras, pero prefirió castigarle “negando su misericordia”, como dice San Agustín. Semejante castigo cayó, según San Pablo, sobre aquellos que Dios “entregó a la inmundicia en las concupiscencias de su corazón” (Rom. 1, 24), lo cual como observa Santo Tomás, no hizo empujándolos al mal, sino abandonándolos, retirando de ellos su gracia. Por esta misma razón pedimos en el Padrenuestro: “y no nos dejes caer (literalmente: no nos introduzcas) en la tentación”.
Conclusión
¡Con cuánto ahínco defiende el hombre una libertad propia que se opone de la Ley de Dios!, y es entonces cuando Dios lo deja libre a sus pasiones, endureciendo su corazón, como lo hizo con el Faraón, y como dice la Carta a los Romanos. Cuando Dios privándolo de su misericordia, endurece el corazón del hombre, por su depravación y persistencia en el pecado, lo que ocurre es que queda privado de la gracia, y entonces lo induce a la tentación, pues su propia naturaleza ya no tiene la gracia de Dios para resistir, y la acción del tentador queda sin obstáculos. Dios no empuja al hombre al mal, sino que le retira su gracia, y sin ella cae en la tentación.
Al pedir en el Padrenuestro: No nos induzcas a la tentación (traducción literal), estamos pidiendo que no perdamos su gracia, que no seamos merecedores de que nos retire su misericordia, que no nos endurezca nuestro corazón, porque entonces, abandonados de su misericordia, nos inducirá a la tentación.
No actuemos de forma tal que el Señor tenga que endurecer nuestro corazón, porque entonces nos inducirá a la tentación y caeremos en ella. Es la obstinación en el pecado lo que hace que Dios endurezca el corazón del hombre, y éste se vea inducido a la tentación y caiga en ella.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa