“Yo soy el tentador que nunca cesa
de atormentar al hombre hasta el final.
El tibio es para mí una fácil presa
y el incrédulo un huésped de mi mal”.
(Del Monólogo de Satanás).
La prueba de la impostura de la jerarquía que hoy ocupa la sede romana y se hace pasar por católica, no es sólo la falta de reacción y condena, sino de aprobación y complacencia ante las burlas que se cometen contra Cristo diariamente en todos los templos del mundo –léase establos de Asmodeo– por los miembros de esta secta cismática, tanto religiosos como laicos. Quien calla, otorga. Y el silencio de esa juglaresca iglesia ante todas las ofensas y sacrilegios que se cometen contra la sublime majestad de Dios, confirma el consciente y pleno apoyo de dicha inicua entidad a tales blasfemias y profanaciones.
¿Hasta dónde se dilatarán la ofensa a Cristo y la osadía del hombre de pretender servirlo de una manera tan poco digna y tan vil? Las pruebas de tales insultos al cielo son contundentes y obvias, ya que éstos se realizan a la luz del día y sin reparos de ningún tipo, amén de estar ampliamente documentados, lo que los hace innegables. A pesar de lo cual, el incondicional apoyo del seudo-católico pretendido rebaño de Dios, –que más bien podría calificarse de obediente recua del diablo–, a todos estos sacrílegos actos, es deplorable. En la falsa iglesia de Roma, la tradición litúrgica ha sido sustituida por la parodia, el recogimiento por la diversión y la sacralidad por la más chabacana vulgaridad y hasta indecencia.
Parece que en este jazz litúrgico de la contraiglesia, todas las improvisaciones son aceptadas y bienvenidas. Excentricidades de todo tipo, materializan la visión de aquel sofocante humo que la beata Catherine Emerick veía llenando un abominable templo, sin encontrar salida.
Magnificentes catedrales y extraordinarias iglesias construidas por almas que aspiraban a rendirle un verdadero y adecuado culto a Dios, han sido redecoradas con todo tipo de cachivaches, esculturas, colgajos y parafernalia que demuestran no sólo la pérdida del norte católico, sino un mal gusto insultante que delata, cuando menos, la ignorancia y estulticia de los autores de todas estas sacrílegas imbecilidades e inadecuadas ocurrencias.
En los nuevos templos destacan las obvias manifestaciones de la burla arquitectónica, la burla litúrgica, la burla moral, –como en el caso de sacerdotes abiertamente homosexuales que creen rendirle justo culto a Dios–. Además, ha sido epidemia el expolio de reliquias, objetos sacros y venerables, la demolición de los altares, la proliferación de símbolos esotéricos y anticristianos y de falsas devociones, la admisión de extrañas religiones a sus predios y de objetos decorativos paganos o totalmente ajenos a la fe católica. Y en cuanto a la caótica liturgia, desde hace muchos años se vienen denunciando los deplorables abusos, de los que hay exhaustivo testimonio gráfico.
Si alguno de estos testimonios expuestos ha sido capaz de convencer, aunque sea a un alma, de lo aberrante de la seudo-iglesia católica, redirigiendo esta alma a la tradición, todo esfuerzo de los recopiladores, habrá valido la pena. Es por eso que a continuación renovamos la acusación del abuso litúrgico que la iglesia de Roma promueve, con otros cuantos ejemplos:
Misas con payasos, misas con disfraces, misas con contorsionistas, con todo tipo de bailes, misas de Halloween, misas con motocicletas, misas disco, misas esotéricas, misas sobre cajas de cartón corrugado, misas en el piso con una cruz dibujada con tiza como altar, misas en el suelo, misas con coreografía y actos paganos, misas con decoraciones profanas, misas sin crucifijo, misas con magos y actos de magia ante el altar (mesa), misas con el celebrante con nariz de payaso, misas estilo discoteca, misas concelebradas por mujeres, misas con curas danzantes, misas con malabaristas, misas con una rama de árbol en vez de un de crucifijo, misas de rock-and-roll, etc.
Hay Sacerdotes vestidos de animales, vestidos de halloween, vestidos de superhéroes, vestidos de luchadores, vestidos de rockeros, disfrazados de cualquier cosa, y también ostentando, –¿será por orgullo gay o fieles a la religión noáquida?– los colores del aroiris, etc.
Hay altares (mesas) con bicicletas, con decoraciones profanas, altares decorados con manos gigantes, con pies descalzos, con muñecos de peluche, con manteles gay, etc.
Hay consagraciones con jarras de cristal, con vasos plásticos, con recipientes de barro, con cafeteras, con refresco, con cualquier bebida imaginable, con galletas dulces, con vulgar pan, con pizza, con café, con té, etc.
Una lista completa de todas estas atrocidades escapa a nuestras humanas posibilidades y sería interminable. La pregunta que todo aspirante a católico en la contraiglesia debe hacerse es:
¿Por qué se repudia la tradición y se la mira mal? ¿Es que la liturgia surgida del Varicano II supera a la católica en algo?
Pero tanto ha calado el mundo en los fieles de esta iglesia cismática, que son incapaces de percibir la diferencia entre el catolicismo y su impostora iglesia con su desvergonzada jerarquía que no vacila en prestarse a cualquier tipo de ridículo indigno de un verdadero discípulo de Jesús, Incluyendo bailes, coreografías, disfraces, canciones y globos, actos estos que, trasladados al calvario y al pie de la cruz de Cristo, no pueden asociarse en ningún modo a la grave presencia de María ante su hijo, sino a los soldados que, inmunes a la terrible tragedia que se perpetraba ante ellos, se dedicaban a echar a suertes la túnica de nuestro Señor en medio de la más despiadada indiferencia por el dolor humano.
Toda las parodias litúrgicas actuales, se llevan a cabo con la venia de esa anticristiana jerarquía que no discrimina entre una ofensa y el culto verdadero y a la que, supuestamente, se le debe obediencia. Jerarquía que parece no saber o no tener la menor intención de diferenciar un altar de una mesa, un sacerdote de un payaso, un sacramento de una parodia, un sacrilegio de un sacrificio, una iglesia de un circo, el bien del mal y a Dios y a sus discípulos, del diablo y sus secuaces, en cuyas filas todos estos injuriadores de Dios, militan.
El único olfato del que estos suplantadores de la fe católica hacen gala, es el de identificar el catolicismo y repudiarlo de inmediato. Nada tienen en común las aguas bautismales de Cristo y de su grey con la pútrida letrina en que todos estos gerifaltes cismáticos chapotean, ni con sus enfermizas invenciones que simulan darle gloria a Dios con agasajos de vulgar serpentina y confetti, de caprichos mundanos y estéril confección.
La ausencia de reacción ante la desacralización general y la continua y activa participación de la iglesia apóstata militante, en todos sus insultos a Dios, son el azogue del termómetro profético. No hay quien detenga estas profanaciones. Deben extenderse, crecer y llenar la tierra ante la complacencia general y el entusiasta aplauso de los extraviados espirituales para dar cumplimiento a la gran apostasía y a la abominación desoladora.
Pero si sólo un alma, –una sola–, leyendo estas líneas y por supuesto –con el auxilio de la gracia de Dios– pudiera salir de su letargo, de su obnubilación, habrá valido la pena haber llegado hasta este punto de mi vida. Otros me ayudaron a mí, y por ello doy gracias a Dios y a quienes, siéndole fiel al Señor, contribuyeron a que yo abriera mis ojos hace muchos años atrás.
Deo gratias.
Jorge Doré
Tomado de: