Es indudable que la demolición del Catolicismo constituye una de los fines perseguidos tenaz y concordemente por el progresismo clerical y por el pre-poder demo-oligárquico. Su acción corruptora aparece, en efecto, animada por la aspiración a suplantar la Verdad divina con un vacuo filantropismo que, por su propensión al compromiso, resulta útil a la realización de proyectos niveladores del dominio mundial masónico.
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La vergonzosa condescendencia patente en el seno de los vértices eclesiásticos por las peores figuras y manifestaciones del secularismo contemporáneo induce a considerar fundadamente que nuestro tiempo está destinado al cumplimiento de las palabras proféticas y amonestadoras con las cuales la Virgen Santísima en La Salette y en Fátima señaló a Roma como centro de una apostasía universal, apta para prefigurar la venida del anticristo.
En este cuadro alarmante, que autoriza a reavivar el propósito luciferino de un socavamiento de los presupuestos dogmáticos y morales de nuestra santa Religión, se sitúan ,a título puramente ejemplificativo, el elogio del laicismo y la descarada apología de Lutero, que plantean Bergoglio y, más en general, la mentalidad conciliar contra el Magisterio tradicional de la Iglesia.