8 octubre, 2015
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(Mc 7: 31–37)
Amados hermanos en el Corazón de Nuestro Señor y en el de la Virgen María Nuestra Madre:
En el día de hoy, Domingo XI después de Pentecostés y según la llamada Forma Extraordinaria del Rito Romano de la Santa Misa, propone la Iglesia para nuestra consideración un fragmento del Evangelio de San Marcos en el que se narra otro acontecimiento de la Vida del Señor.
Cuenta el texto que encontrándose Jesús, como de costumbre, rodeado de una gran muchedumbre, llevaron ante Él un sordomudo rogándole que le impusiera las manos. El Señor le apartó de la gente, le introdujo los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Suspiró Jesús y, elevando los ojos al cielo, dijo:
—Effetha —que significa: Ábrete.
Se le abrieron al sordomudo los oídos y comenzó a hablar con normalidad. Ante la admiración de las gentes, las cuales comenzaron a proclamar la maravilla que habían presenciado a pesar de las advertencias de Jesús para que callaran.
La narración nos presenta, por lo tanto, la curación milagrosa de un pobre infeliz. Sordo de nacimiento y también mudo como consecuencia. Por lo que podríamos comenzar esta disertación diciendo que existen dos clases de sordomudez: una de nacimiento y otra bien distinta que posee la particularidad de ser enteramente voluntaria. Más rara la primera en cuanto a casos existentes y mucho más generalizada la segunda; por más que pueda sonar a extraña esta afirmación. Sigue leyendo