Lo que todo padre de familia católico debería saber

Ayer fue el día del niño en Argentina. 

Hoy en día a los niños hay que protegerlos de muchas aberraciones, sobre todo de la perversa ideología del género, del crimen del aborto (en el caso de los no nacidos), de los depredadores sexuales, y de tantos ataques a su inocencia (como la ESI). Pero quiero darle un mensaje a los papás y recordarles lo que todo padre católico debería saber, y es la misión principal de la maternidad y paternidad.

Queridos padres, su misión con sus hijos es buscar que ellos vayan al cielo. Es por eso que los tienen que amar con el corazón, pero también con la cabeza. 

Muchas veces los padres buscan evitarles a sus hijos todo sufrimiento, y eso es algo bueno, pero no siempre lo es tanto. No podemos ir al cielo si no aprendemos a sufrir, porque Cristo lo dijo claramente: quien no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Es bueno que los padres den caricias, pero si por el bien del hijo hay que darle un castigo deben hacerlo sin titubear. 

Hay que decirles a los hijos que si, pero también hay que saber decirles que no cuando corresponde, ya que si no lo hacen los padres, lo hará la vida, y será más doloroso aún. Hay que hacerles regalos a los hijos, pero hay veces que las cosas se las tienen que ganar (mis padres me dijeron una vez: «no te vas con tus amigos, si no apruebas el examen»). En definitiva, un padre y una madre tienen que amar siempre a sus hijos, haga lo que haga, y a veces el modo de amarlos es permitiendo en sus vidas algún sufrimiento. 

   No hay que hacerlos sufrir a propósito, obviamente, pero cuando es un sufrimiento que repercute en un bien, muchas veces aunque duela hay que exigírselos.

 La misión de una padre y una madre no es solo que su hijo sea un hombre o mujer de bien, sino un santo. Su hijo o hija debe ir al cielo luego de esta vida terrenal. Su hijo o hija debe rezar, debe confesarse, debe participar de la Misa, debe cumplir los mandamientos divinos y debe saber que el camino al cielo es el camino de la Cruz del Señor. 

    Los hijos seguirán el ejemplo de los padres, es por eso que si un hijo no va al cielo o no se salva, Dios le pedirá cuenta a sus padres. ¿Qué han hecho para educarlos cristianamente? ¿Qué han hecho para que Cristo sea el centro de sus vidas?

Si no he sido un buen padre o una buena madre, siempre hay tiempo de arrepentirse. Quizás mis hijos sean grandes y yo no tenga la posibilidad de educarlos en la fe, pero puedo hacer algo por ellos y eso es rezar y hacer penitencia por su salvación eterna. Dios siempre nos da la posibilidad de arrepentirnos, aún en el último minuto de nuestra vida. Si no fuimos buenos padres hasta el momento, empecemos hoy, aunque nuestros hijos sean adultos, pues si rezamos por ellos y buscamos ser un buen ejemplo (aunque sea de ahora en más), ya la gracia de Dios (que no se deja ganar en generosidad) actuará por su cuenta.

    Bendiciones a todos los niños y padres del mundo entero. Que Dios les conceda la gracia de la santidad, y que María Madre de Dios los cubra con su manto maternal. Nuestra meta es el Cielo, nunca jamás lo olvidemos, pues todo lo que importa en esta vida terrenal es salvar nuestras almas. Lo demás es secundario.

Padre Tomás Agustín Beroch


Tomado de:
La red social X (anteriormente Twitter).

La izquierda se queja de que un cura visita a militares presos.

La función de todo sacerdote, buscar salvar almas e ir al encuentro de los pecadores.

En Argentina, en estos momentos, los zurdos se están rasgando las vestiduras porque un sacerdote visitó a militares presos.

La izquierda no diría nada si un sacerdote organizara un encuentro con Firmenich, Verbitsky y otros ex montoneros que pusieron bombas y asesinaron gente hasta cansarse. En la década del 70′ apoyaban a curas tercermundistas que eran adeptos a la guerrilla comunista y asesina del ERP y Montoneros. Se rasgan las vestiduras porque un cura se reúne con militares encarcelados, pero no tienen ningún escrúpulo en defender terroristas y asesinos que querían instaurar un régimen  comunista en la Argentina. De hecho, muchos de esos criminales tienen cargos políticos y puestos importantes.

Y por otra parte….yo he visitado en el hospital zurdos y comunistas en sus últimos momentos de vida, como también he visitado en la cárcel asesinos, violadores, y narcotraficantes. No quiere decir que yo apruebe sus vidas, pero se supone que esa es la función de todo sacerdote, buscar salvar almas e ir al encuentro de los pecadores. Cristo mismo lo dijo: «no son los sanos los que necesitan el médico, sino los enfermos». Del punto de vista espiritual todos somos enfermos.

Cuando uno visita a un asesino, un ladrón o un violador, a uno le queda claro que las almas de estas personas corren riesgo de condenación eterna. Es por eso que uno los visita, para ver si puede lograr de que se arrepientan y cambien de vida.

¿Qué tendría que hacer un cura según la zurda? ¿visitar solo a los buenos y no a los malos? ¿Ofrecerle a algunos los sacramentos y a otros no?  Zurditos, su odio los ciega. Nosotros no les vamos a ir a pedir permiso a ustedes para visitar gente. Y si es gente mala, con más razón…Cristo nos dio ejemplo de ello, ya que Él buscó que cada pecador se arrepienta de sus faltas y enmiende su vida.

La izquierda se queja de que un cura visita a militares presos. Pero estoy seguro que este mismo cura no tendría problema en visitar a ex montoneros y terroristas como Verbitsky o Firmenich si estos se encontraran enfermos y muriendo, o simplemente solicitaran el auxilio de un sacerdote católico. Todo pecador, sea zurdo, sea travesti, sea de derecha, sea quien fuera, merece tener la oportunidad de arrepentirse y cambiar de vida y alcanzar el perdón de Dios. 

    También yo he visitado muchos asesinos y ladrones que no se han arrepentido, pero al menos lo intenté y cumplí con mi deber. De lo contrario, se hubiese cumplido lo que dice Ezequiel 3, 18.

    Que la izquierda deje de llorar, porque son ellos los responsables de los 100 millones de muertos que dejó el comunismo ateo en el siglo XX, son ellos los responsables de las guerrillas en Argentina y en Hispanoamérica que dejó hombres y mujeres mutilados, torturados, golpeados, secuestrados, asesinados, etc. Son ellos los responsables de los millones de abortos que se han realizado en el mundo (crimen horrendo que mata al más indefenso), son los zurdos los responsables del 41% de índices de suicidio que hay en los transexuales (ya que con la ideología del género los engañan creyendo que pueden cambiar de sexo). Fue la izquierda del Che Guevara la que mató y fusiló homosexuales, y ahora se la dan de «tolerantes».  En definitiva, la izquierda es uno de los peores cánceres espirituales, al punto tal que Pío XII la llamaba «vergüenza de nuestro tiempo». 

    En vez de escandalizarse por un sacerdote que visita a los militares presos, deberían escandalizarse de lo que está haciendo el dictador Maduro en Venezuela, que en tres semanas secuestró más de 2000 personas, dejó más de 25 muertos, y tiene a un 96% del pueblo Venezolano en la pobreza. Contra el dictador Maduro no se los escucha protestar ni quejarse. Y espero que también se escandalicen de Alberto Fernandez, al cual ustedes apoyaron e inclusive hasta hoy en día muchos de ustedes tratan de desligarse (lo cual no lo van a lograr, pues de esta no se vuelve, por más que quieran).

   Ya nada sorprende de la izquierda, pues la misma es hipocresía pura.

Padre Tomás Agustín Beroch

Tomado de:
La red social X (anteriormente Twitter).

El homo vetus y el homo novus

1-2-950x394.jpg

Si existió una vez, ahora ya no existe, aunque se busque con la linterna

¿Recordamos a aquel filósofo pagano que caminaba con la linterna y, sin conseguir encontrarlo, buscaba al hombre, al de verdad? Una sabiduría, la antigua, que fue enriquecida después por el Cristianismo, pero que hoy nosotros, en la era moderna, ya no conocemos. El hombre creado por Dios y hecho un poco inferior a los Ángeles, el hombre que ya no es capaz de humillarse sino sólo de exaltarse, este hombre se ha degradado en estos momentos a un nivel inferior a los animales, que al menos siguen su instinto, mientras que el hombre de hoy, poniendo a parte la razón, se ha depravado y corrompido. ¿Volverá el hombre a ser una creatura racional, como Dios la quiso y pensó? ¿Volverá a considerar que está compuesto de alma y de cuerpo?

La voz de Dios, que aún busca al hombre, su creatura, y todavía, como a Adán en el paraíso terrenal, le pregunta: “¿Dónde estás?”, aquella voz nos alcanza y no podemos en absoluto escondernos ante Dios, nuestro Creador y Señor, ante Dios, que lo ve todo, sabe todo y lo puede todo. Volvamos a escuchar la voz de Dios, a nuestra conciencia, que nos dice: esto lo puedes hacer, esto en cambio te mando que no lo hagas. ¡Es Dios el que manda, es El, el Señor! A nosotros nos corresponde la obediencia, la obediencia absoluta a la Ley de Dios. Es necesario siempre obedecer a Dios antes que a los hombres y a las leyes de los hombres, las antiguas y las nuevas.

¿Qué hemos hecho de los mandamientos? ¿En qué medida el Decálogo está presente en la legislación del hombre y la voluntad de Dios donde ha sido arrinconado por el hombre de hoy? ¿Tiene todavía el primer lugar el Señor, el único a quien Le compete? Recordemos que si reservamos al Señor el segundo lugar, El se pone en el último y nos deja solos. Pobres de nosotros sin el Señor, sin su ayuda y su apoyo, ¡sin El no podemos hacer absolutamente nada!

Busquemos al Señor mientras se deja encontrar. ¡El tiempo de la salvación no dura eternamente! Vendrá el día de la justicia y terminará el tiempo de la misericordia. “Festina, Domine, no tardaveris: relaxa facinora plebis tuae” / “¡Date prisa, Señor, no tardes, perdona las culpas de tu pueblo!”.

Nunca antes como hoy ha sido necesario que oremos sin cansarnos y sin interrupción. El amigo importuno es escuchado por su insistencia y así debe ser nuestra oración: insistente y perseverante.

¿Dónde estás, oh hombre? Que pueda encontrarse todavía en la tierra, porque  somos todos nosotros y a cada uno de nosotros busca Dios.

¡Reine Cristo y reine por siempre!

Oblatuscumpipsu

(Traducido por Marianus el eremita)

Tomado de:
https://adelantelafe.com/

La Gracia y el Pecado (II)

pecado2 30 septiembre, 2015

Siguiendo con nuestro tema sobre la gracia y el pecado, toca hoy ocuparnos de los efectos de la gracia sobre nuestras almas, la gracia y los sacramentos, nuestra cooperación con Dios, y los errores más comunes sobre la doctrina de la gracia.

Efectos de la gracia santificante en nuestra alma

Como consecuencia de la gracia santificante que recibimos por primera vez en el bautismo, nos hacemos “santos” a los ojos de Dios. Esta gracia bautismal tiene un doble efecto: primero borra los pecados, y segundo, nos eleva al orden sobrenatural.

Por la gracia, los pecados no son “cubiertos” por el amor de Cristo, como decía Lutero, sino que son realmente borrados, perdonados: “Él nos arrebató del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados” (Col 1: 13-14). Pero la gracia no sólo borra los pecados sino que también nos eleva al hacernos partícipes de la naturaleza divina; ya que se nos da una “nueva vida”, una nueva “naturaleza”;  y con ella, un nuevo modo de obrar (Jn 3:7; 2 Pe 1:4).

Una vida nueva que nos hace “hijos de Dios”; y por ser hijos, también herederos de su reino y “semejantes a Él”: “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos! …. Queridísimos: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es” (1 Jn 3: 1-2).

A través de la gracia, el Espíritu Santo viene a habitar en nosotros, de tal modo que nos transformamos en “templos de Dios”: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo” (1 Cor 3: 16-17). Por la gracia inhabita en nosotros el Espíritu Santo; y con Él, también el Padre y el Hijo: “Jesús le respondió: -Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14:16).

La presencia del Espíritu Santo en nuestras almas trae consigo una serie de dones, tales como: sabiduría, entendimiento, ciencia, fortaleza, consejo, piedad y temor de Dios. Cual árbol sano que va creciendo, la obra del Espíritu Santo nos va transformando, produciendo los siguientes frutos: “Los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia” (Gal 5: 22-23).

Por la gracia, somos hechos miembros del Cuerpo Místico, cuya cabeza es Cristo (Col 1:18). A Él permanecemos unidos, como los sarmientos a la vid, y de Él recibimos la vida: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15:5).

Como decía Santo Tomás de Aquino: “La gracia no destruye la naturaleza sino que la perfecciona” (STh I, 1, 8 ad 2). De tal modo que con la ayuda de la gracia hasta nuestras virtudes humanas crecen y se hacen más perfectas.

Nuestra cooperación con Dios

El hombre coopera libremente en la obra de su propia salvación, teniendo por ello un mérito. Gracias a ese “mérito” o merecimiento, Dios le da en justicia el cielo. Irse al cielo no es sólo un acto de la misericordia de Dios sino también de su justicia: “Dios da a cada uno según sus obras” (Rom 2:6).

El hecho de recibir la gracia de Dios no elimina nuestra libertad, sino que ésta incluso es más libre gracias a ella. Nunca es más libre el hombre que cuando coopera con Dios en la obra de la salvación: “La verdad os hará libres” (Jn 8:32; Cfr. Jn 8:36 ). Lo contrario también es verdad. Cuanto más nos alejamos de Dios, nuestro corazón se hace más esclavo de las pasiones, malas inclinaciones y en general, del pecado: “En verdad, en verdad os digo, el que comete pecado se hace esclavo del pecado” (Jn 8:34).

Dios siempre respeta a sus criaturas y actúa junto con ellas en la obra de la salvación. Como nos dice San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

Ahora bien, hasta el primer paso para arrepentirnos y acercarnos a Dios es obra de Él; pero Dios no nos dará esa gracia si nosotros no queremos. Lo que sí podemos estar seguros es que Dios dará su gracia a todo aquél que no ponga obstáculo: (2 Tim 2:4).

Dios nos da su gracia porque quiere; en ningún momento está obligado a ello. Por eso decimos que la gracia es un don o regalo.

Un día un joven le preguntó a un hombre muy sabio si es cierto que Dios ha fijado un destino para cada ser humano y que, según esto, no importaría lo que hagamos o dejemos de hacer, pues unos irían al Cielo y otros al Infierno. El sabio se quedó pensando por unos momentos y le dijo al joven: Nadie se condena sin culpa personal. Cada individuo es responsable de su destino eterno. La fe y las buenas obras ganan el Cielo.

“Hijo mío, el destino que Dios tiene para ti y para todos, es el Cielo, pero, aunque Jesucristo ya pagó por nuestra salvación, el Cielo depende de ti y depende de mí. Por eso, cuida siempre lo que piensas, porque tus pensamientos se volverán palabras. Cuida tus palabras porque estas se convertirán en tus actitudes. Cuida tus actitudes porque, más tarde o más temprano, serán tus acciones. Cuida tus acciones que terminarán transformándose en costumbres. Cuida tus costumbres, porque ellas forjarán tu carácter. Finalmente, cuida tu carácter porque esto será lo que forje tu destino”.

En el fondo, cada uno de nosotros es directamente responsable de su propia salvación; pues ésta es el resultado de un acto libre de aceptación o de rechazo de Dios. El hombre coopera libremente con Dios en su propia santificación. Así pues, es su gracia y nuestra cooperación lo que nos hace realmente santos.

La gracia y los sacramentos

Todos los sacramentos dan la gracia, pero el efecto de los mismos sobre nuestras almas es diferente en cada uno de ellos. Todos los sacramentos fueron instituidos por Jesucristo. El concilio de Trento en la sesión VII, can I nos dice: “Si alguno dijere, que los Sacramentos de la nueva ley no fueron todos instituidos por Jesucristo nuestro Señor; o que son más o menos que siete, es a saber: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Extremaunción, Orden y Matrimonio; o también que alguno de estos siete no es Sacramento con toda verdad, y propiedad; sea anatema”.

En el catecismo hablamos de sacramentos de “vivos”; es decir, es necesario estar en gracia de Dios para recibirlos (Confirmación, Eucaristía, Unción de los Enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio) y sacramentos de “muertos”. Se llaman sacramentos de muertos porque han sido instituidos para sacar a nuestra alma de la muerte del pecado y hacerla pasar a la vida de la gracia. A saber, el Bautismo y la Penitencia[1].

  • El Bautismo perdona todos los pecados y da la vida sobrenatural, la vida de la gracia, a los que nunca la han recibido.
  • La Penitencia devuelve la gracia a los que la han perdido por el pecado mortal.
  • La Confirmación nos hace “soldados y apóstoles” de Cristo. Fortalece en nosotros las gracias dadas en el bautismo.
  • La Eucaristía alimenta espiritualmente nuestra alma y es prenda de la vida eterna.
  • La Unción de los Enfermos nos prepara para el trance final de nuestra vida dándonos las gracias para ello.
  • El Orden Sacerdotal consagra a hombres como ministros de Cristo.
  • El Matrimonio bendice la unión conyugal y da fuerzas a los esposos para que puedan cumplir los deberes especiales de este estado.

Errores teológicos más comunes respecto a la doctrina de la gracia: Pelagio, Lutero y Jansenio

A lo largo de su historia, la Iglesia ha tenido que intervenir es bastantes ocasiones para corregir ciertas desviaciones que iban apareciendo en el desarrollo y profundización de la doctrina de la gracia. Éste nos es el lugar donde hacer un estudio profundo respecto a estas herejías; por lo que nos limitaremos a realizar un esquema muy simplificado de los errores principales.

Pelagio (355-420 d.C.) defendía que Adán y Eva no perdieron la gracia después de haber cometido el pecado original. Decía que el hombre puede, por su propia naturaleza, realizar acciones sobrenaturales sin una intervención o ayuda especial de Dios. Esta doctrina fue condenada como herética en el Concilio de Orange (Cfr. DS 173-199).

Lutero (1483-1546 d.C.) defendía, entre otras cosas, que el hombre no era “justificado” por la muerte en cruz de Jesucristo; sino que sus pecados eran “cubiertos” por su misericordia como con un manto. El hombre seguía siendo pecador, pero a los ojos de Dios “aparecía” como justo. De ahí concluía que lo único que el hombre necesitaba para salvarse era la fe, aunque ésta no fuera acompañada de buenas obras: “Peca fuertemente, pero cree también fuertemente y serás salvo”. Las tesis de Lutero fueron condenadas como heréticas en el Concilio de Trento (Cfr. Sesión VI).

 Jansenio (1585-1638 d.C.) defendía que el hombre no es libre para rechazar la gracia de Dios; por lo que, como consecuencia de ello, el hombre realmente no coopera libremente en orden a su salvación. Esta doctrina fue condenada como herética por el Papa Inocencio X (Cfr. DS 1092-1096)

Con esto, acabamos este segundo artículo para terminar la semana próxima hablando de la pérdida de la gracia como consecuencia del pecado grave y de cómo recuperar y crecer en la gracia de Dios.

Padre Lucas Prados

[1] En el caso de la Penitencia o Confesión, aunque de suyo es un sacramento de “muertos” también se puede recibir si uno está en estado de gracia. Entonces la Confesión aumenta la gracia que ya existía en nosotros.

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

La Gracia y el Pecado I

pecado2

23 septiembre, 2015

Conocimientos que eran básicos en la fe de nuestros padres y abuelos, pues se aprendían en el catecismo, han caído casi en el olvido. Es por ello que se ve necesario volver a hablar de dos conceptos que son esenciales para nuestra salvación, cuales son: la gracia y el pecado. A lo largo de tres o a lo sumo cuatro artículos hablaremos de lo que la Iglesia de siempre ha entendido por Gracia y Pecado.

Con el fin de que tengan una visión de conjunto, les enumero ahora los apartados que estudiaremos hoy y los días subsiguientes:

1.- Definición de Gracia. Clases de Gracia. La nueva vida en Cristo Jesús. Necesidad de la gracia para salvarse.

2.- Efectos de la gracia en nuestra alma. Nuestra cooperación a la gracia de Dios. Errores teológicos más comunes respecto a la doctrina de la gracia.

3.- La pérdida de la gracia por el pecado. Recuperación de la gracia. Creciendo en la gracia

Definición de Gracia

Según nos dice el catecismo, la gracia es un don sobrenatural que Dios nos concede para alcanzar la vida eterna.

  • Así pues es un don o regalo.
  • Este regalo es sobrenatural: El hombre no lo puede conseguir por sus propias fuerzas a no ser que Dios se lo dé.
  • Dios se lo da al hombre si éste no pone obstáculo.
  • La finalidad principal de la gracia es hacernos hijos de Dios; y como consecuencia de ello, herederos de la vida eterna.
  • Sin la gracia de Dios no es posible la salvación. La gracia se nos da directamente a través de los sacramentos. En algunas ocasiones Dios puede usar otros medios.
  • La gracia también nos ayuda en los momentos de la tentación y de la prueba para que los podamos superar.

Veamos algunos textos de la Sagrada Escritura:

  • La gracia como don de Dios: “Porque, en virtud de la gracia que me fue dada, os digo a cada uno de vosotros que no os estiméis en más de lo que conviene, sino que debéis teneros una sobria estima, según la medida de la fe que Dios ha otorgado a cada uno” (Rom 12:3).
  • Llega a nosotros a través del Espíritu Santo: “Una esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5:5).
  • Los apóstoles de Cristo son administradores de esa gracia: “Ya habréis oído que Dios me concedió el encargo de administrar su gracia en favor vuestro” (Ef 3:2).

Clases de Gracia

Hay dos clases de gracia: gracia santificante y gracia actual.

  • Gracia santificante: Llamamos gracia santificante a la que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo. Este don lo recibimos por los méritos conseguidos por Cristo a través de su muerte en cruz: “Os reconcilió mediante la muerte sufrida en su cuerpo de carne, para presentaros santos, sin mancha e irreprochables delante de Él” (Col 1:22)
  • Gracia actual: Es un auxilio de Dios que ilumina nuestro entendimiento y mueve nuestra voluntad para obrar el bien y evitar el mal. Dicha ayuda es dada por Dios en el momento que la necesitamos: “Rogué tres veces al Señor que lo apartase de mí; pero Él me dijo: «Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza». Por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo”.(2 Cor 12: 8-9)
  • La gracia santificante es un estado del alma. Decimos que el “alma está en gracia de Dios” cuando está libre de pecado mortal. La gracia actual es una ayuda momentánea de Dios para superar una tentación…

La nueva vida en Cristo Jesús

El cristiano recibe por primera vez la gracia en el sacramento del bautismo. Esta gracia lleva consigo una nueva vida, la vida sobrenatural o divina; por eso San Pedro dice que el cristiano participa de la naturaleza divina: “Nos ha regalado los preciosos y más grandes bienes prometidos, para que por éstos lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1:4). Como consecuencia de esta nueva vida que recibimos, podemos decir que el cristiano tiene dos vidas: una, la vida natural; y otra, la vida del espíritu.

San Juan recoge el diálogo que Jesús tuvo con Nicodemo, y en él se nos habla de la necesidad de tener un nuevo nacimiento: “Jesús y le dijo: -En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios… No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo” (Jn 3: 1-21). Y más adelante, también San Juan, nos habla de la nueva vida que Cristo nos trae: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10:10); claramente se entiende que la vida de la que Cristo habla aquí no es la vida de la carne, sino la del espíritu.

Gracias a esa “nueva vida”, el cristiano es capaz de actuar de un modo nuevo; es decir según un modo sobrenatural; o dicho de otro modo, como Dios actúa: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13:34). No tendría sentido que Dios nos hubiera dado un mandamiento que no pudiéramos cumplir. Ahora bien, para poderlo cumplir “necesitamos” una “nueva naturaleza”, pues como nos dice Aristóteles y luego profundiza Santo Tomás de Aquino: “El obrar sigue al ser”. Ese nuevo obrar, -como Dios-, requiere una nueva naturaleza; y esa nueva naturaleza es precisamente la que se nos da a través de la gracia y nos posibilita amar como Él nos ama.

Sin la gracia es imposible salvarse

Sin la nueva vida que la gracia nos proporciona es imposible entrar en el reino de los cielos: “En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3:7).

Esa nueva vida no la tendríamos si:

  • No la hubiéramos recibido en el sacramento del bautismo. Por eso el bautismo es necesario para salvarse. Dios podría tener otros medios para salvarnos; pero ello no ha sido revelado. Esa es la razón por la cual los niños que mueren sin ser bautizados, -a falta de una revelación clara de Dios-, no pueden ir al cielo; pero como no tienen pecados personales, tampoco pueden ir al infierno. La Iglesia tradicional solucionó ese dilema mandándolos al limbo. Por otro lado, se habla de que aquéllos que no han conocido la revelación cristiana, pero han seguido unos principios morales de tipo general, buscando el bien y evitando el mal; por medios sólo por Dios conocidos (pues no han sido revelados) y como consecuencia de su misericordia, serían salvos (Gaudium et Spes – Vaticano II). Este último principio, formulado en el Vaticano II no está definido. Se fundamenta en la idea de que Dios quiere que todos los hombres se salven.
  • La hubiéramos perdido por el pecado mortal. Si perdemos la vida de Dios en nosotros, seremos condenados para siempre a los castigos más horrorosos: “¿Es que no sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los injuriosos, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios. Y esto erais algunos. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6: 9-11).

Otras conclusiones lógicas de lo dicho anteriormente

  • Si para heredar el reino de los cielos es preciso ser hijos de Dios; y solamente somos hechos hijos del Dios por el bautismo, de ahí se concluye que no es posible la salvación si uno no está bautizado.[1] Es decir, sólo las iglesias que tienen un bautismo válido podrán traernos la salvación; o dicho de otro modo, no todas las iglesias son iguales. Los antiguos concluían de ahí: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”.
  • Ahora bien, debido a la debilidad humana, todos pecamos, por lo que además del bautismo, necesitamos el sacramento de la confesión para que los pecados se perdonen. Los pecados sólo los puede perdonar un ministro de Dios (sacerdote) válidamente ordenado y con las licencias eclesiásticas oportunas, mediante el sacramento de la confesión. Por lo que aquellas religiones que no tienen ministros válidamente ordenados y con la facultad de perdonar los pecados, no lo pueden hacer. Otra razón más por la cual concluimos que no es lo mismo pertenecer a una religión que a otra; pues sólo una, la que Cristo fundó es la que tiene los medios de salvación.
  • Del mismo modo, Cristo instituyó el sacramento de la eucaristía para que fuera alimento de nuestra alma y encargó este sacramento a sus apóstoles y sucesores para que fuera siempre celebrado (“Haced esto en memoria mía”, Lc 22:19). Este “pan vivo”, según nos dice el mismo Jesucristo, es garantía de la vida eterna (Jn 6:51). Sólo la Iglesia fundada por Jesucristo tiene ministros válidos que puedan “actualizar” este sacramento. Otra razón más que nos confirma que no todas las iglesias son iguales.

(Continuará)

Padre Lucas Prados

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com