Desestimadas las acusaciones contra el fundador de los Franciscanos de la Inmaculada

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Tras casi un año de investigaciones, el Fiscal del Tribunal de Avellino, D. A. Del Bene, ha pedido la desestimación del procedimiento contra el Padre Stefano Maria Manelli, fundador de la Orden de los Franciscanos de la Inmaculada, actualmente aún bajo el gobierno de un Comisario Pontificio, sin que, desde 2013, se haya dado una motivación válida por parte de la “Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica”.

Recientemente, el Padre Stefano Manelli ha sido objeto de una campaña mediática particularmente virulenta, que en realidad parecía inspirada y orquestada por alguien perteneciente a su propia Orden religiosa. Acusaciones que buscaban producir un fuerte impacto mediático, declaraciones escandalosas de ex-monjas, y hasta la divulgación de la sospecha de un asesinato. En la saga de los Franciscanos de la Inmaculada no se ha escatimado en ningún recurso digno de un folletín decimonónico, y ha habido en los medios de comunicación alguien que ha seguido con demasiado interés, y sin mucho espíritu crítico, la marea malintencionada de las acusaciones.

Ahora que la Justicia, con la petición de desestimación, hace de verdad justicia contra una campaña que podríamos definir difamatoria, emerge el hecho de que el fundador del Instituto de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada ha sido injustamente acusado de haber perjudicado la integridad física y moral de las monjas del convento de Frigento, maltratándolas y hasta cumpliendo actos de violencia sexual.

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Ninguna misericordia para los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada

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9 noviembre, 2015

Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo mal por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será abundante en los cielos; así persiguieron también a los profetas que os precedieron. (Mt 5, 11-12)

En esta “nueva” Iglesia volcada a dispensar misericordia a raudales para todos los pecadores que quieran comulgar sin arrepentirse de sus pecados, ni mucho menos dejar de pecar, no queda ni una mísera, pequeñísima pastilla de “misericordina” para los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada.

Es lo que se deduce del último giro de tuerca de la persecución despiadada a la que está sometida la Orden fundada por el Padre Stefano Maria Manelli en 1969 y reconocida de derecho pontificio en 1998. Una Orden religiosa que, en lo más crudo del crudo invierno eclesial posconciliar, había llegado a contar, antes de que empezara la obra de demolición en 2013, 384 frailes (en 55 comunidades) y 400 monjas (en 48 conventos), además de muchos grupos de terciarios con votos. Recordemos que la fundación se debió a la respuesta de Padre Manelli, hijo espiritual de San Pío de Pietrelcina, a la llamada de Concilio Vaticano II para un retorno a las fuentes originarias del carisma de cada familia religiosa y promover así una verdadera renovación de la Iglesia. Por lo que, desde su origen, la nueva Orden se quiso caracterizar por el deseo de vivir integralmente la vida franciscana, siguiendo las huellas del “Poverello” de Asís según el ejemplo de San Maximiliano Kolbe, “el San Francisco del siglo XX” como lo definió Juan Pablo II.

En una serie de artículos anteriores publicados en Adelante la Fe, intenté resumir las etapas de la estrategia de sistemática destrucción de este pujante Instituto querida, diseñada y llevada a cabo por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, bajo la aprobación y supervisión del mismo Papa Francisco. El crimen principal de los Franciscanos de la Inmaculada y de su rama femenina fue el de seguir fielmente la Doctrina y el Magisterio de la Iglesia según su Tradición perenne, interpretando el Concilio Vaticano II a la luz de aquella “hermenéutica de la continuidad” de la que hoy ya nadie se acuerda.

Evidentemente el leer y vivir la vida religiosa, en particular, y la vida espiritual, en general, en continuidad con casi 2000 años de historia representa para esta “nueva” Iglesia un pecado gravísimo, tal vez el único pecado que aún exista sobre la faz de la tierra. Si además esta misma Orden persiste en celebrar también, aunque no exclusivamente, la Santa Misa según el Vetus Ordo, aplicando lo establecido en el Motu Proprio de Benedicto XVI Summorum Pontificum, pues entonces ese pecado se convierte en imperdonable. Sigue leyendo