Obispos pidiendo perdón

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Anuncian las redes sociales que los 115 Obispos de Francia han pedido perdón por el largo silencio culpable guardado ante los casos de pedofilia de los sacerdotes. El acto ha tenido lugar a propósito de las Jornadas de oración y penitencia celebradas según una iniciativa del Vaticano que tuvo lugar en el pasado mes de Septiembre, en la cual se dejaba a las Conferencias Episcopales la organización de las diferentes modalidades para llevarlas a cabo.

Como es de dominio público, el hecho de pedir perdón es una moda puesta muy en boga por la Jerarquía Católica que, como no podía ser menos, ha sido sido proclamada a los cuatro vientos por todos los media, con coreografía añadida por la misma Jerarquía Católica.

Aunque la moderna Sociedad no suele detenerse en examinar despacio determinados hechos sociales, salvo aquellos que resulten contrarios y dañinos contra la Fe y la Moral de la Iglesia para ser aireados y magnificados, parece que vale la pena parar la atención en este al que aludimos, teniendo en cuenta sobre todo la profundidad del contenido que encierra…, aparte de la absoluta falta de sinceridad que manifiesta.

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Verdaderas y falsas posesiones diabólicas

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Pero, ¿es que acaso existen falsas posesiones diabólicas?

Y la manera mejor de responder a la pregunta es comenzar por un buen planteamiento del problema.

Existen, en primer lugar, un número de aparentes posesiones demoníacas que en realidad no son tales, sino meros trastornos de orden psíquico o de tipo nervioso, unas veces. Mientras que otras se trata simplemente de farsas organizadas por desvergonzados casi siempre con fines lucrativos.

Son fácilmente detectables unos y otros y en realidad no hacen para nada al caso.

En cuanto a las auténticas posesiones diabólicas podríamos dividirlas en dos clases: las verdaderas y las falsas. Por supuesto que esta clasificación no dejará de causar extrañeza, pues ¿qué es eso de posesiones diabólicas auténticas y sin embargo falsas…? Pero procure todo el mundo calmar los ánimos hasta que todo haya sido explicado.

Efectivamente, porque las posesiones diabólicas que aparecen de vez en cuando con aire de tales, acompañadas del gran aparato escénico que Satanás suele utilizar en sus actuaciones, como hablar lenguas extrañas, blasfemar ante el crucifijo, realizar aparentes prodigios, rechazar al exorcista, etc., son realmente auténticas.

Y lo son ciertamente, aunque forman parte del tinglado de la antigua farsa, que diría Benavente, o de la moderna, que diríamos nosotros. Resultan utilísimas para el plan de Satanás, el cual las utiliza como un buen elemento de distracción para atacar impunemente por otra ala de las Defensas. Que se trata de una hábil estrategia para engañar, es efectivamente fácil de adivinar para quien piense con serenidad e inteligencia. Porque, ¿cuándo se ha visto que el Demonio actúe a cara descubierta, que acompañe sus actuaciones o que se presente a bombo y platillo para causar admiración? ¿Por qué se olvida tan fácilmente que Satanás es el Padre de la Mentira, del histrionismo, del disfraz o de los cuentos de viejas de los que hablaba San Pablo (2 Tim 4:4)? ¿Y quién ha dicho que no es capaz de utilizar las medio verdades, o incluso las verdades cuando le conviene, a fin de colar mediante ellas las grandes mentiras?

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El Yelmo de Mambrino (6)

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Pero en definitiva, lo que esta inmensa mayoría de clérigos estaban llevando a cabo, quizá sin darse cuenta muchos de ellos (de nuevo el gigantesco guiñol de las marionetas), no era otra cosa que la tan cacareada actitud de protesta. De manera que, de ser esto cierto, nos encontramos de nuevo con la rebeldía. Ahora bien, ¿contra qué o contra quién ha ido dirigida en este caso…? Y la respuesta no es difícil de hallar. La protesta ha ido dirigida esta vez contra un conjunto de ideas que podríamos resumir bajo el epígrafe, ideado por los mismos rebeldes, de aburguesamiento de la Iglesia. O sea, para ser más breves: contra la Iglesia.

Lo que no es aparece como lo que es, y viceversa. En definitiva, la farsa. De manera consciente en unos e inconsciente en otros, pero al fin y al cabo teatro.

Todo el mundo tiene alguna idea del significado que suele darse hoy a la imagen de un rebaño de ovejas. Son pacíficos animales que se organizan en manada, incapaces al parecer de vivir aisladamente, y que se han convertido en un símbolo que designa a lo que el mundo suele llamar la actitud de aborregarse. Algo así como un sinónimo de lo que se conoce también con el nombre de adocenarse (que supone la pérdida de una personalidad propia), o de masificarse (convertirse en un número de la masa de ciudadanos que son manejados por el Sistema). En realidad el concepto sociológico de masa es relativamente reciente, lo mismo que el fenómeno al que corresponde. Aunque no debe confundirse con el de clase social, pues si es normal que la masa abarque a veces a varias clases sociales a la vez, otras, sin embargo, se refiere solamente a cualquiera de ellas. Por supuesto que las masas han sido siempre manejadas por el Poder Político, de forma más o menos despótica con no escasa frecuencia; aunque a veces, tal vez las menos, el Poder haya trabajado honradamente por el bien común. Pues es preciso reconocer que los buenos gobernantes no han abundado mucho en la Historia de la humanidad. De todos modos, el Poder Político no había manejado antes a las masas de forma tan sistemática, científica, despectiva y desinteresada con respecto al bien de los ciudadanos, como lo hace en la actualidad. De ahí que hayamos dicho antes que los conceptos de masa y clase social pertenecen más bien a la modernidad. Por lo demás, la Rebelión de las Masas, que diría Ortega y Gasset, es una idea que pertenece al mundo de la utopía. La verdad es que no suelen ser las masas las que se rebelan ni las que gobiernan el mundo, ni mucho menos a sí mismas, sino que es el Sistema y el aparato intelectual que lo sustenta quienes las dirigen y provocan las rebeliones. Lo cual es precisamente lo contrario de lo que Ortega pensaba y de lo que él consideraba como deseable. Sin embargo es evidente que tales rebelionesnunca son verdaderamente tales, en cuanto que a menudo no pasan de ser un concierto de balidos de rebaño, provocado cuando conviene por aquéllos a quienes conviene. Nos encontramos de nuevo con el guiñol de las marionetas que por supuesto ignoran que lo son: carecen de capacidad de pensar y decidir, por lo que solamente les queda actuar según los deseos de quienes las dirigen.

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El Yelmo de Mambrino (5)

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Las predicciones insólitas de los sabios
se convierten en Historia antigua
cuando el discurrir del tiempo descubre
su condición de augurios raquíticos.

(Proverbio Chino)

5. Donde se prosigue la historia del yelmo de Mambrino y se cuenta la extraña parábola de las cien ovejas rebeldes, junto con otras menudencias de acompañamiento que añaden sabor al tema

Si por una parte el Señor había dicho que su Reino no es de este Mundo (Jn 18:36), el Diablo en cambio tuvo el descaro de atribuirse el dominio sobre él (Lc 4:6). Sin embargo, por más que el Diablo sea el Gran Mentiroso y el Padre de la Mentira (dicterios que provienen de la misma boca del Señor), es justo reconocer que, al menos en esta ocasión, no andaba muy lejos de la verdad.

Efectivamente el Demonio es el Gran Mentiroso. Pero algunas veces, cuando así lo exige su propia conveniencia, dice la verdad. En todo, en parte, o en mixtura en forma de embrollo, según convenga. En ocasiones lo hace así para engañar a los mentirosos natos, aunque parezca paradoja pero que en realidad no lo es. Pues el mentiroso, como el ladrón, piensa que todos son de su condición, y de ahí que en ocasiones parezca conveniente decirle la verdad justamente para que piense lo contrario.

La consecuencia es obvia: Lo único que puede hacer cualquier persona avisada es no creer jamás al Diablo. O mejor todavía, no dialogar con él bajo ningún concepto. Y como en estos últimos tiempos de la Historia parece haber extendido su Reino en no pequeña medida, nada tiene de exagerado afirmar que vivimos bajo el imperio de la Mentira.

Se ha convertido en cosa normal que lo que no es aparezca como lo que es, y viceversa. La moderna sociedad ya no se siente escandalizada de que al pan se le llame vino ni que al vino se le llame pan. En el teatro clásico antiguo se utilizaban la per–sona y el coturno como instrumentos de disfraz.[1] En la actualidad no hay necesidad de emplear medios tan artificiosos, por otra parte tan incómodos, y que poseen además el inconveniente de mostrar con excesiva estridencia su carácter farandulero. Y aunque es un género que abunda entre los componentes de la actual sociedad, a nadie le gusta aparecer como arlequín. Lo que es evidente en el mundo moderno es el hecho de que, en algunos de sus ámbitos, el disfraz y el recurso a la apariencia se han puesto de moda, y que son tantos los que los utilizan que a menudo llegan a ser multitud. Ahora no tendría sentido el tumulto organizado en la venta en donde vino a parar la cuadrilla que acompañaba a don Quijote: la bacía de barbero sería efectivamente el yelmo de Mambrino, y la albarda del burro sería reconocida como jaez de caballo. Todo lo cual sin dar lugar a discusiones ni a problema alguno.

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El Yelmo de Mabrino (4)

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Durante los muchos años que duró el reinado del Papa Juan Pablo II, tanto el Culto como la Liturgia y la Pastoral adquirieron un tono de espectáculo que los aproximaron en gran medida al mundo del teatro.

El Concilio Vaticano II había expresado sus deseos de la mayor participación del Pueblo cristiano en la Liturgia. Pero la liberalización de las normas litúrgicas, sobre todo en las referentes a la Misa, produjo una alocada carrera de inventivas, de improvisaciones y de arbitrarias interpretaciones en todas las cuales se buscaba, ante todo, llamar la atención de los fieles. Todo el mundo buscaba asombrar con algo nuevo.

Así es como se fue dando paulatinamente entrada al teatro en la Liturgia.

Fueron apareciendo vistosos desfiles procesionales de ofrendas en el ofertorio de la Misa, acompañados frecuentemente de las danzas y ritos típicos de cada lugar; y sin que faltaran agradables muchachas jóvenes ejecutando danzas litúrgicas delante de la procesión de ofrendas. También se pusieron de moda las aparatosas y pomposas paradas, en las que se llevaba el Evangeliario con los brazos en alto ante los fieles para la lectura del texto evangélico del día. Sin olvidar las ostentosas lecturas de los textos litúrgicos por parte de seglares que ejercían su función con voz engolada y convencidos de que su momento era la parte esencial de la Misa.

En diversos lugares se escenificaron las lecturas litúrgicas de la Misa en forma de auténtico espectáculo. Como el de que, llegado el momento de la lectura de la Epístola, se hacía un silencio al tiempo que entraba un mensajero por la puerta del templo con un papel en las manos y gritando: ¡Carta de Pablo, Carta de Pablo…! Se sabe de un celebrante, feroz adicto del pacifismo, que hacía el gesto espectacular de romper un rifle de madera durante la homilía. Hubo lugares en los que se sustituyeron los textos litúrgicos bíblicos por lecturas de artículos de prensa o de escritores del momento (generalmente de ideología de izquierdas), considerados seguramente más aptos como alimento espiritual de los fieles. Por su parte, los Movimientos Carismáticos y Neocatecumenales pusieron de moda gestos y expresiones muy peculiares en diversas partes de la Misa (brazos en alto, asimiento de manos, voces y gritos espontáneos…, impulsados todos ellos por el soplo del Espíritu). Se generalizó la celebración del Santo Sacrificio en lugares extraños fuera de los templos, utilizando panes fermentados de alimentación de tamaño grande y vasos sagrados de materiales baratos y de baja calidad. En la Víspera de Navidad, acabada la llamada Misa del Gallo, se daba a besar a los fieles al Niño Jesús según la costumbre inmemorial; sólo que esta vez no besaban los fieles imagen del Niño, sino un infante recién nacido y casi desnudo: ¡Basta ya de símbolos sin vida!, decía el cura enardeciendo a sus fieles. Ni corresponde hablar aquí acerca de los comentarios sarcásticos y hasta escabrosos que muchos fieles hicieron al respecto.

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El Yelmo de Mambrino (3)

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3. Donde se hace un breve resumen de la evolución sufrida por la idea del teatro en la mentalidad de la Iglesia, desde sus primeros tiempos hasta nuestros días.

La época clásica miró con desprecio al teatro y consideró a los actores como gentes de baja ralea. Incluso Platón fue uno de los más ilustres enemigos del mundo de la escena.

En cuanto al Cristianismo, es sabido que la Iglesia primitiva (con los Concilios y los Padres a la cabeza) mantuvo contra el teatro una constante hostilidad. Tertuliano (De Spectaculis) y San Agustín (Enarrationes in Psalmos, De Fide et Operibus, De Vera Religione, etc.) fueron quizá, entre otros muchos, sus más encarnizados detractores. En realidad la enemiga duró hasta pasado el siglo XVII (incluyendo a personajes como Bossuet), a pesar de la existencia de períodos contradictorios de consideración e incluso de cooperación.

Es de notar, como importante curiosidad histórica, el hecho de que, en plena Edad Media, Santo Tomás fue uno de los escasos teólogos que sostuvieron la honorabilidad del teatro y del oficio de los actores, siempre que se tuviera en cuenta la moralidad (Summa Theol. II–II, q. 168, a. 3). E incluso defendió la licitud de los estipendios recibidos por los actores que actuaban honradamente (II–II, q. 87, a. 2, ad. 2).

El estudio detenido de las razones que motivaron todo este movimiento de ideas no es de este lugar. Puede decirse que, en general, desde la época clásica y primeros tiempos de la Iglesia, los elevados grados de inmoralidad alcanzados por el teatro fueron los causantes de la multitud de prohibiciones lanzadas contra él. En realidad estaba aquí involucrado el complejo y lascivo mundo dionisíaco, con sus bacanales, sus cultos fálicos y sus representaciones escénicas profundamente obscenas. Sin olvidar el sangriento y cruel espectáculo de los juegos circenses. No es de extrañar que la Reforma no fuera menos hostil al teatro que el Catolicismo.

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El Yelmo de Mambrino (2)

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2. Donde comienza a exponerse el estado de la cuestión,
y donde se habla de algunos de los antecedentes
que dieron lugar a la aparición del “show” como expresión y contenido de la fe.

Pocos se darán cuenta de que en el fondo de todo esto yace oculto el viejo problema de la sustitución del ser por el parecer; o si se prefiere, por el aparecer. Dicho con otras palabras, nos encontramos aquí ante un viejo problema filosófico que además es muy grave.

Habrá quien pensará que exageramos y sacará a colación el conocido dicho de que no es para tanto. Lo cual no es sino una forma como cualquier otra de despachar los asuntos sin cogerse los dedos. Sin embargo, nada mejor para contrarrestar tales modos de pensar que comenzar con un ejemplo emblemático. Y puesto que los ejemplos son esclarecedores por definición, pueden servir para comprender mejor el problema, e incluso como herramienta para centrar el tema y ser utilizada como punto inicial de discusión.

Todo el mundo conoce las tendencias de la moderna teología. La mayoría de las cuales, aceptadas y seguidas por la Jerarquía eclesiástica, han enviado al desván de los trastos y trebejos inútiles la metafísica del ser. Hoy es lo común y normal encontrar Pastores que no conocen otras filosofías que las personalistas y fenomenológicas. Suponiendo que conozcan alguna filosofía. No tiene sentido, por lo tanto, negar que la teología del momento ha sido invadida por un idealismo que, partiendo de Descartes como su punto fuerte, pasando por Kant y Hegel, llega hasta la filosofía práctica de Marx, a la fenomenología de Husserl, y a las doctrinas componedoras de Hartmann y Scheler que en realidad no componen nada. Y justo es reconocer que los adeptos a tales filosofías también se vanaglorian de serlo.

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El Yelmo de Mambrino (1)

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1. De cómo se puede hacer para que lo blanco parezca negro y viceversa.[1]

Los objetos que se ofrecen a nuestro conocimiento, o los sucesos de los que nos apercibimos, no siempre son lo que parecen ni siempre parecen lo que son. Lo cual ocurre a menudo por la simple naturalidad de las cosas, para cuyo conocimiento hemos de contar con las limitaciones de nuestro entendimiento y de nuestra capacidad de percepción. Vemos algo determinado, lo consideramos, lo clasificamos y lo encasillamos; pero sucede con frecuencia que nos equivocamos en nuestra estimación, sencillamente y sin más.

Tampoco es raro que el engaño se produzca a causa de nuestras propias estupideces, que parecen poseer cierta tendencia a sumarse a nuestra de por sí escasa capacidad intelectiva.

Pero el error en nuestras apreciaciones no siempre proviene exclusivamente de las limitaciones o defectos personales que afectan a nuestras capacidades perceptivas e intelectivas. De hecho también puede ser causado por algún agente exterior ajeno a nosotros. Y por extraño que parezca, esta fuente de confusión es la que interviene con mayor frecuencia en nuestra vida.

Sea como fuere, sin embargo, muchos de los que son engañados han puesto previamente algo por su propia cuenta, aunque en grado suficiente para hacerlos más o menos culpables del error. Pues el que obra según la verdad, viene a la luz.[2] No parece exagerado decir que ser víctima del engaño supone en muchos casos una cierta complicidad con la mentira. Para un cristiano, por ejemplo, la fidelidad a la Palabra de su Señor lleva consigo la garantía de alcanzar el conocimiento de la verdad; para llegar desde ahí a la consiguiente y auténtica liberación (Jn 8: 31–32).

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