Juan XXIII, el papa del Concilio
“El secreto de mi ministerio está en el crucifijo que yo siempre quise tener al lado de mi cama. Lo veo cuando me levanto y antes de dormir. Es allí donde puedo hablar con él durante las largas horas de la noche. Miradlo, cómo lo veo yo. Sus brazos están abiertos al programa de mi pontificado: como está escrito, Cristo murió por todos, por nosotros. Nadie está excluido de su amor y de su perdón”.
Momentos más tarde, dijo:
“Tuve la gracia de ser llamado por Dios como un niño, nunca pensé en otra cosa, nunca he tenido otras ambiciones. (…) Por mi parte, yo no soy consciente de haber ofendido a nadie, pero si lo hice, pido disculpas. (…) En esta última hora, me siento tranquilo y seguro de que el Señor en su misericordia, no me rechaza. Indigno como soy, yo quise servir y lo he hecho con mis mejores esfuerzos para rendir homenaje a la verdad, la justicia, la caridad y mantener un ‘cor mitis et humilis’ [un corazón manso y humilde] del que nos habla el Evangelio”.
En 1900, durante un rápido viaje a Roma, el joven seminarista quedó impresionado no sólo por León XIII, sino también por el clima anticlerical de la Ciudad Eterna. Al año siguiente regresó a Roma, esta vez enviado por su obispo para estudiar teología. Allí se aprovechó del tomismo renovado, pero fue sobre todo la historia lo que le fascinó gracias a su maestro, el padre Benigni, futuro auxiliar de San Pío X en la lucha contra el modernismo, quien le infundió su inmensa admiración por la Contra Reforma, sobre todo por San Carlos Borromeo. La admiración por este santo, no disminuyó con los años llegando hasta el tiempo de su elección al pontificado. Roncalli trabajaría en la edición crítica de los treinta y nueve volúmenes de informes de las visitas pastorales ¡de su santo favorito!

Ernesto Buonaiuti fue excomulgado por apoyar el modernismo (doctrina condenada entre otros, por San Pío X), y cuestionar la divinidad de Cristo y la santidad de la Iglesia.
El joven Roncalli también quedó deslumbrado por dos “victorias” de la diplomacia del Papa León XIII: la visita del rey de Inglaterra al Vaticano y poco después la del emperador de Alemania. En su diario anotó:
“Es un signo de los tiempos esta nueva aurora luminosa que amanece en el Vaticano después de una noche de tormenta, el lento pero consciente y real retorno de las naciones a los brazos del Padre común que desde hacía tiempo las esperaba llorando su desvarío”.
Además de la ingenuidad de esta reflexión que ignora el interés con que se beneficiaban los dos jefes de Estado al ser acogidos por el pontífice, sin beneficio real para el reino de Cristo, hay que señalar el uso por primera vez del término ‘signo de los tiempos’. Uno de los futuros eslóganes de la próxima revolución conciliar ¿Justificaba ya entonces la unión de la Iglesia con sus enemigos?
Es en este cenáculo cerrado cuando en 1908 Roncalli oye al viejo obispo de Cremona, Arzobispo Bonomelli la idea de un Concilio como dejará escrito en su diario: “Un gran concilio ecuménico que debatirá con presteza, libre y públicamente, los principales problemas de la vida religiosa, y tal vez atraerá la atención del mundo sobre la Iglesia, estimulará la fe y abrirá nuevas perspectivas para el futuro”. ¡Juan XXIII retomará la frase casi textualmente cincuenta y cinco años más tarde!

El Concilio Vaticano II fue imaginado en 1908 por Geremia Bonomelli, obispo de Brescia. ¡Y RONCALLI LO HARÍA REALIDAD EN 1962!
Nótese sin embargo que, después de su retiro en 1910, cuando debía pronunciar el juramento anti-modernista, escribió en su diario el texto que su biógrafo describe como “incomprensible”,
“Las experiencias dolorosas que se han podido constatar aquí y allá este año, las graves preocupaciones del Santo Padre, el llamamiento a los pastores, me convencen, sin querer buscar más, que los vientos de modernismo soplan más fuerte y más extensamente de lo que me parecía a primera vista, y bien pueden alcanzar y hacer desviar a los que inicialmente no querían más que la adaptación de la antigua virtud del cristianismo a las necesidades modernas. Muchos incluso los buenos, se equivocaron, tal vez inconscientemente”.

Roncalli fue denunciado por enseñar las doctrinas de Luis Duchesne, que fue censurado por el Santo Oficio a causa de su lectura modernista de la historia de la Iglesia.

Pío XI fue blanco de la desconfianza de Roncalli, por el sólo hecho de llegar a entendimientos con el Duce (Benito Mussolini).
Se empezó a hablar de él como sucesor del Cardenal Ferrari en Milán, pero Mussolini se opuso a ello. Se quedaría por ello diez años en Bulgaria, poniendo buena cara a la mala suerte, dedicándose de lleno a los católicos búlgaros y estrechando amistad con la familia real.

La amistad de Roncalli y la Casa Real de Bulgaria se debe a que él intercedió ante Pío XI para que la princesa católica Juana de Saboya se casara con el zar Boris III (que era cismático).
A finales de 1934, fue enviado como delegado apostólico a Turquía, donde su predecesor había dado la espalda tanto al gobierno secular de Atatürk como al patriarcado de Constantinopla. Su bonhomía hizo maravillas, todo el mundo le apreciaba. Autoriza innovaciones que fueron severamente juzgadas en Roma, pero que le valieron el aprecio de los turcos, tales como permitir el uso de su lengua en la liturgia de las invocaciones al Santísimo Sacramento o en las lecturas de la Misa.

La nunciatura de Roncalli en Francia llevaba un proyecto secreto: eliminar la influencia del Mariscal Philippe Pétain en la diplomacia vaticana.

Si en algo se destacó Roncalli como Nuncio, fue en su capacidad de hacer amigos (Aquí platicando con unos políticos socialistas, mientras fuma un cigarrillo).

Emmanuel Suhard, Cardenal Arzobispo de París. Ideó los «sacerdotes obreros» (precursores de la mal llamada «Teología de la Liberación»).

Cuando Roncalli fue nombrado cardenal, la birreta escarlata le fue impuesta por el presidente francés Vincent Auriol (ateo y francmasón del grado 33° R.E.A.A.).
A la muerte de Pío XII, el 9 de octubre de 1958, era claro que el cardenal Roncalli era papable, dada la avanzada edad de los cardenales y su pequeño número. Pero, en general se aceptaba que el suyo sería un pontificado de transición.

Antes de Roncalli, hubo un Juan XXIII: Baltasar Cossa, que fue antipapa cuando el Cisma de Occidente.
Su primera decisión fue sorprendente: Eligió al conservador y colaborador más cercano de Pío XII, monseñor Tardini, para ser secretario de Estado, lo que agradó a la Curia, pero al día siguiente, anunció el nombramiento de veintitrés cardenales, exigiendo que Mons. Montini fuera el cabeza de la lista.

Roncalli (electo Juan XXIII), nombró cardenal a Montini, a sabiendas de la inhabilidad de éste por Pío XII (recuérdese que Montini trabajaba con Alighiero Tondi como espía para la Unión Soviética).
“Súbitamente, una gran idea surgió en Nos e iluminó nuestra alma. Nos la acogimos con una confianza inefable en el Divino Maestro, la palabra vino a nuestros labios, como un imperativo solemne. Nuestra voz lo expresó por primera vez: un Concilio”.
En su diario, que sabía iba a ser publicado después de su muerte, escribió el 15 de septiembre de 1962, tres semanas antes de la apertura del Concilio:
“Sin haber pensado antes en ello, en mi primera conversación con el Secretario de Estado, el 20 de enero de 1959, pronuncié las palabras de Concilio Ecuménico, Sínodo Diocesano y revisión del Código de Derecho Canónico, y esto sucedió sin que yo hubiera hecho antes hipótesis o proyecto alguno. El primero en ser sorprendido por esta sugerencia que hice, era yo mismo, ¡Cuando nadie me había dado una pista!”
El 9 de enero, habló bajo secreto con Dom Rossi, antiguo secretario del Cardenal Ferrari.
– “Esa noche, le dijo, vino a mí una gran idea: hacer un concilio”.
– Don Rossi respondió: “Es una hermosa idea.”.
– ¿Sabes? No es cierto que el Espíritu Santo asiste al Papa.
– ¿Cómo dice Santo Padre?
– No es el Espíritu Santo el que asiste al Papa. Soy yo quien no soy más que su asistente. Es Él quien hace todas las cosas. El Concilio es su idea”.

La «súper-infalibilidad que inventó Roncalli/Juan XXIII para legitimar el conciliábulo, encuadra con la profética observación de un prelado francés: “La peor de las herejías será la exageración del debido respeto al Papa, por una extensión ilegítima de su infalibilidad”.
A lo largo del año 1960, a los obispos del mundo se les consultaría sobre el futuro Concilio. El 76% contestó, sin embargo, con sugerencias en gran medida conservadoras. La minoría progresista se alarmó, por lo que el cardenal Bea, sugiere a Juan XXIII el establecer por iniciativa propia una Secretaría para la Unidad de los Cristianos. Esta organización se ocuparía exclusivamente de ecumenismo, pero estaría dotada de amplios poderes, permitiendo así al cardenal poner a trabajar bajo su batuta a los jóvenes teólogos excluidos por el Santo Oficio. Pronto se interrumpirán los trabajos preparatorios, dando prioridad a un nuevo criterio en la redacción de los patrones conciliares: “el deseo de no disgustar a nuestros ‘hermanos separados’”.

Nuestra Señora ordenó que el Tercer Secreto de Fátima debía ser «publicado después de Pío XII y antes de 1960». Pero Roncalli/Juan XXIII NO OBEDECIÓ ¡PORQUE NO QUERÍA SER «PROFETA DE DESGRACIAS»!
Una Iglesia en gran medida conservadora, una minoría activa progresista, un Papa muy popular, pero gravemente enfermo, que tiene como principio no condenar a nadie, una iglesia que quiere agradar a todo el mundo, este es el contexto de la primera sesión del Concilio Vaticano II.

Contrario a cuanto creen algunos tradicionalistas, Roncalli JAMÁS se arrepintió del Vaticano II y su liberalismo.
“Ahora más que nunca, más que en siglos anteriores por cierto,estamos llamados a servir al hombre como tal, y no sólo los católicos, ahora debemos defender por encima de todo, todos los derechos de la persona humana, y no sólo los de la Iglesia Católica. Las necesidades actuales del mundo salidas a la luz en los últimos cincuenta años y una comprensión más profunda de la doctrina nos han llevado a una situación nueva, como ya he dicho en mi discurso de apertura del concilio. No es que el evangelio haya cambiado, es que hemos comenzado a comprenderlo. Quienes han vivido tanto como yo, han confrontado tareas nuevas en el orden social a principios de este siglo. Quienes han pasado como yo veinte años en el Este y ocho en Francia, podrán comparar las diferentes culturas y tradiciones y saben que ha llegado la hora de discernir los signos de los tiempos, la hora de aprovechar la oportunidad y mirar al futuro”.
“Juan XXIII la quiso [la revolución]. Él proclamó los principios de este movimiento, hizo detener el sistema y, como los hombres sólo cambian las instituciones cuando son malas y corrompen a los hombres, la Asamblea conciliar tenía que llegar allí donde él la quiso llevar. La procesión de todos los obispos del mundo era admirable a la vista el 11 de octubre de 1962, cuando se dirigía a San Pedro. Pero entró en terrible estado.La obra del Concilio debía, en efecto, estar de acuerdo con las decisiones soberanas del Papa, lo opuesto a las preocupaciones tradicionales. Ella iba en tres directivas, imprecisas y locamente prometedoras: la reforma de la Iglesia, el diálogo ecuménico, y la apertura al mundo. El integrismo pasaba a estar mal visto y todo lo que obstaculizaba este impulso generoso [el del concilio] se consideraba grosero e inapropiado. Se acordaría un premio a todos los programas marcados por la audacia y la novedad”.
RC N º 197, abril de 2012
Traducción del artículo publicado primeramente por Fray Pedro de la Transfiguración, CRC, en LA CONTRARREFORMA CATÓLICA (aquí el original francés).
Tomado de: