Hay discusiones estériles que implican una considerable pérdida de tiempo. Sobre todo cuando el interlocutor se maneja con apriorismos, se niega a profundizar el tema acerca del cual disputa y argumenta en base a una «logofobia» superficial. Así sucede, por ejemplo, con el término «ultramontano» en una bitácora «sedevacantista montaraz» de los Estados Unidos. Que no vamos a citar porque no queremos promover sus errores.
Para evitar equívocos respecto del «ultramontanismo» hay que meterse un poquito en la historia del Vaticano I. Conocer algo de las distintas posiciones que se expresaron en los debates conciliares y realizar el ejercicio mental de comparar los textos aprobados con esquemas, borradores y enmiendas, que no recibieron el voto favorable de los padres conciliares. La conclusión a la cual arriba la historia de la teología -y cualquier lector bien dispuesto- es que hubo opiniones teológicas que no llegaron a convertirse en actos del Magisterio conciliar. Por tanto, no es honesto hacer pasar aquellas opiniones como integrantes de lo enseñado por el Vaticano I.
Los textos de las definiciones dogmáticas del Concilio tuvieron una formulación precisa que no se apropió de las tesis personales de algunos de sus participantes. Así lo señalaba el p. Ford: «…el arzobispo Manning, el principal “azote” de la mayoría en el concilio, pudo sentirse un poco decepcionado con los términos moderados y restrictivos del texto final, aunque aparentemente esto hizo poco para suavizar su punto de vista de que el Papa es infalible por sí mismo en todos actos legislativos y judiciales. Desafortunadamente, la tendencia de Manning a maximizar la infalibilidad parece haber sido más influyente en las presentaciones teológicas posteriores que la postura más moderada de su compatriota y colega el cardenal Newman». Otro ejemplo de esta tendencia maximalista se encuentra en la moción presentada por el mismo Manning solicitando que se definiera como dogma que los estados de la Iglesia son de derecho divino.