LA MILAGROSA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR FUE CUANDO ELLA AÚN VIVÍA

el_apc3b3stol_santiago_y_sus_discc3adpulos_venerando_a_la_virgen_del_pilarEl apóstol Santiago y sus discípulos venerando a la Virgen del Pilar, la primera aparición de la Madre de Dios, aún en vida.

Testigos de la divinidad de su Maestro en la Resurrección gloriosa después de tantos milagros que la acreditaban; llenos de aquel espíritu consolador que les enseñó todas las lenguas y el arte de dominar en las almas por el ministerio de la palabra; convenidos en el Concilio de Jerusalén sobre los artículos que habrían de formar el fondo de su predicación, nada faltaba más que la dispersión de los Apóstoles. Y he aquí la época feliz a donde se debe traducir el principio de la ventura de España.

Estaba esta hermosa porción del mundo sumergida en la idolatría; el haber enriquecido la naturaleza su suelo con tantas preciosidades habían llamado las atenciones y la codicia de las más remotas gentes; todas habían traído, juntamente con su ambición y con sus armas, sus respectivas supersticiones. Sin tener necesidad de subir a los tiempos fabulosos saben todos que con los fenicios y los romanos vinieron a España cuantos ídolos pudo inventar una loca fantasía en todos los países que sujetaron sus armas victoriosas; aquella ridícula multitud de deidades de las que burlaba Juvenal, era adorada de nuestros antepasados, a no ser que el furor de la guerra y su natural indócil les hubiese hecho sacudir el yugo de la religión como el del imperio romano; pero de cualquiera manera, o no tenían religión, o su Dios era, además de sus pasiones las mudas obras de las manos de los hombres. En esta situación; he aquí que el Altísimo le dirigió una benéfica mirada desde lo alto de su trono de Su gloria. Los apóstoles fortalecidos por el Espíritu Santo, animados con el heroico ejemplo del protomártir Esteban, e instruidos plenamente por la Reina de los Mártires, emprenden la predicación del Evangelio.

Santiago, uno de los discípulos más amados del Señor, se prepara para venir al Occidente, cumpliéndose en esto, como siente Santo Tomás de Villanueva, la pretensión hecha por su Madre en la solicitud de las dos sillas para sus hijos. María Santísima, que después de la Pasión de su Hijo y de su gloriosa Ascensión a los cielos no podía tener otros pensamientos que la retardasen unirse para siempre con su Esposo que la propagación de la fe y la predicación del Evangelio, veía la dispersión de los Apóstoles como el último plazo para el logro de las eternas dichas. Exhalábase su dulcísimo corazón en mil tiernos suspiros, repitiendo aquellas amorosas palabras de la Esposa: Dime, ó amado de mi corazón, en dónde se sesteas, á dónde vas a descansar al mediodía, que no quiero ya más estar en este destierro sin ver las hermosísimas luces de tus ojos, y recrearme para siempre con la divina hermosura de tu semblante. Toda absorta en la contemplación de su Hijo, estaban de acuerdo su alma y sus sentidos para no tener otro objeto que á Dios. Los ardores de su voluntad se echaban de ver en aquel rostro con visos de divino, como decía san Dionisio Aeropagita. Privada solamente de la vista sensible de su Hijo, todos sus deseos, todos sus anhelos, sus votos, sus ansias se dirigían al cielo, cuya consideración se mantenía; cuando he aquí que el Apóstol Santiago, destinado por el Espíritu Santo a la predicación de los españoles, se presenta a la Reina de los Ángeles; dobla las rodillas ante quien mucho antes se habían hecho semejantes demostraciones los más encumbrados serafines; besa sus manos virginales bañándolas de lágrimas, y le pide su bendición y su licencia para venir a la predicación de España. Ve, hijo, le dice la amorosísima Madre, cumple el mandamiento de tu maestro, y por él te ruego que en aquella ciudad en que mayor número conviertas a la fe, edifiques una iglesia en mi memoria, yo misma te lo daré a entender. Sigue leyendo