El Sexto Mandamiento de la Ley de Dios (Moral Católica 8)
Si el quinto mandamiento del Decálogo es expresión de la absoluta soberanía de Dios sobre cada individuo, el sexto -no adulterarás (Ex. 20:14)- manifiesta el dominio del Señor sobre la propagación y el desarrollo de la familia humana. Enseña la Escritura que Dios, después de crear a Adán, le dio por compañera a Eva, estableciendo así la institución matrimonial, principio y fundamento de la familia y de la sociedad, llamándoles, por la distinción de sexos, a participar de su poder creador.
El sexto precepto del Decálogo protege el amor humano y señala el camino recto para que el individuo coopere libremente en el plan de la creación, usando de la facultad de engendrar, que ha recibido de Dios. Al mismo tiempo, traza un cauce al instinto, de modo que la generación no sea fruto de una fuerza irracional -como en los animales-, sino una donación libre y responsable, concorde al decoro y santidad de los hijos de Dios.
Expresado en forma negativa, señala los límites dentro de los cuales el uso de la facultad sexual respeta el orden establecido por Dios, convirtiéndose en medio de santificación.
La virtud de la castidad consiste esencialmente en la ordenación del instinto sexual al fin que Dios le ha señalado. Se trata de una exigencia de la misma naturaleza humana, que pide que lo corporal permanezca subordinado y sujeto a lo espiritual.