Oficio de Tinieblas

El oficio de Tinieblas no es otra cosa que los maitines y laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santo, anticipados a la víspera correspondiente, al acercarse las tinieblas de la noche, para que pueda asistir a ellas aun el pueblo trabajador.

El oficio del miércoles recorre la Pasión entera del Señor; y el del jueves insiste sobre su Muerte y su larga Agonía; y el del viernes celebra sus Exequias y su Sepultura.

Este oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, ningún himno, ninguna «doxología»; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento músico; altares desnudos y con velas amarillas, como si fueran catafalcos; al fin, casi absoluta oscuridad, y el canto grave del «Miserere».

El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la liturgia, y lo mismo podemos decir de la parte musical.

Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de los «Trenos» o «Lamentaciones» de Jeremías, por cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén, es decir, de la humanidad prevaricadora; y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera y melancólica, muy parecida, si es que no es la misma, a la que cantan los judíos.
Durante estos oficios, hay en el presbiterio un tenebrario o candelabro triangular con quince velas escalonadas de cera amarilla, las cuales se van apagando una tras otra al fin de cada salmo de maitines y laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida solamente la más alta, que en algunos sitios suele ser blanca. Mientras se canta el «Benedictus» apáganse también las velas del altar, y el templo queda casi en completa oscuridad, máxime cuando, durante el «Miserere» final, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar. Terminado el «Miserere», el clero y los fieles producen un leve ruido de manos, de libros y matracas, que cesa repentinamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar.

Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado. El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado por los judíos. La, única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.

Tomado de:

http://www.statveritas.com.ar

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