La verdad se defiende, el error se combate;

y la verdad es tal la diga quien la diga, y lo mismo se aplica con el error.

Muchos se quejan porque cuando hago respuestas públicas cierro los comentarios. 

Lo hago NO porque no me guste que me respondan. Simplemente porque se arman discusiones interminables y hay mucha gente que solo busca ganar un debate o tener la razón. Yo no tengo tiempo para discusiones eternas, y aunque me encantan los debates, mi primera obligación es ser párroco y atender mi parroquia. 

Quien quiera contestarme puede hacerlo en el post original (esas respuestas son comentarios de una publicación previa) o también puede citarme y responder a lo que dije. A mi no me interesa tener la última palabra, sino solo la verdad. La última palabra le corresponde a Dios (al fin de cuentas es así). Dios me llamó a salvar almas y no a ganar discusiones. 

   Sepan que también el post este que estoy haciendo ahora son oportunidades que les doy a las personas para escribir lo que quieran y lo que piensen.  

    Una cosa buena de la libertad de expresión es que cada uno puede expresarse como le parezca. Lo malo de la misma es que muchas personas escriben sandeces y para colmo de se creen sabios.  

    Yo estoy seguro que entre los que me leen hay gente más sabia que yo. En mi caso, no me considero sabio ni mucho menos. Pero a veces da mucha risa leer ciertos comentarios de personas que se creen muy inteligentes al decir ciertos disparates. 

     Por ejemplo, una señora dijo una vez: «usted no tiene derecho a criticar a un obispo padre». Yo me reía porque esta señora no puede distinguir una crítica constructiva de una falta de caridad. No me reía de la señora, ya que puede ser una santa mujer que ni siquiera conozco, pero me reía de su comentario. Puede inclusive que esta mujer haya dicho lo que dijo con buenas intenciones y buscando mi bien. Pero el comentario en sí es erróneo.  

    Un obispo, por más sucesor de los Apóstoles que sea, no está confirmado en gracia. También era obispo Gregorio, uno de los capellanes de la revolución francesa, y fue el mismo que mandó a muchos curas a separarse del Papa y también mandó a la guillotina a muchísimos hombres y mujeres inocentes. El mismo obispo Gregorio fue excomulgado por cismático. Lo mismo, Nestorio que prácticamente negaba la divinidad de Cristo era obispo, como son obispos los alemanes actuales que le dan la comunión a divorciados y vueltos a casar y que defienden la perversa ideologia del género. 

     Por más obispos que sean, se los puede criticar, ya  están en el error. En el error, no se sigue a nadie; en cambio la verdad se defiende siempre y en todo lugar. Dicho de otra manera: se juzgan los hechos (1 Cor 4 – 5), no las personas. Si un obispo dice o hace una herejía, se puede decir tranquilamente que ese obispo hace daño y no es fiel a la doctrina católica. 

     Por lo tanto, queridos amigos, si somos católicos debemos formarnos antes de hablar. No hay que opinar por opinar. Como me decía mi padre cuando yo di una opinión sobre un tema que no tenía ni la más pálida idea, y me lo dijo con una lógica de hierro:  «si sabes, habla; si no sabes mejor calla. Es mejor quedarse callado y parecer ignorante, que abrir la boca y despejar dudas». 

     Hay que darse cuenta de que ser obispo, ser sacerdote o ser una persona consagrada no equivale a tener un doctorado en Harvard. Los sacerdotes podemos cometer errores, como lo puede cometer cualquier ser humano sobre la faz de la tierra. 

     Por lo tanto, es un acto de caridad sacar del error a alguien, sea laico, sacerdote u obispo. La verdad se defiende, el error se combate; y la verdad es tal diga quien la diga, y lo mismo se aplica con el error. Por más que el error salga de la boca más consagrada habida y por haber, no deja de ser lo que es, y debe ser combatido y refutado. 

    Bendiciones para todos.

Padre Tomás Agustín Beroch

Tomado de: 

La red social X (anteriormente Twitter). 

PADRE PÍO: Qué es la Santa Misa y cómo debemos comportarnos en la Iglesia

«Hagamos lo que siempre hemos hecho, lo que han hecho nuestros padres”
San Pío de Pietrelcina

San Pío de Pietrelcina solía repetir: “El mundo podría quedarse incluso sin sol, pero no sin la Santa Misa”. A los sacerdotes enseñaba a dividir el día en dos partes: la primera, dedicada a la preparación del divino sacrificio y la segunda como acción de gracias.

Muchos testigos han dicho que su Misa era un “misterio”. El filósofo Jean Guitton, impresionado por la manera de celebrar del capuchino estigmatizado, dijo: Procedía en la celebración con cada vez más sufrimiento y, cuando llegó al comienzo del Canon, se paró como ante una escalada inverosímil, una cita amorosa dolorosa y a la vez radiante, un misterio inexpresable, un misterio que podía provocar la muerte. La mirada que lanzaba hacía lo alto, después de la consagración, reflejaba todo esto. Me decía a mí mismo que quizá fuera el único sacerdote estigmatizado en acto, mientras que todos los otros lo son en potencia”.

En uno de los cuadernos del diario que el Padre Pío escribió durante la primera persecución puesta en marcha por la Jerarquía de la Iglesia, entre finales de los años 20 y comienzo de los 30, el fraile de Pietrelcina explica qué es la Misa por boca del mismo Jesucristo:

“Pensad que el sacerdote que me llama entre sus manos tiene un poder que ni a mi madre concedí. Reflexionad que si sirviesen al sacerdote, en vez que un sacristán, los más excelsos serafines, no serían suficientemente dignos de estarles cerca. Domándoos si, considerando la preciosidad del dono que os hago, es digno asistir a Misa pensando en otra cosa en vez que en Mí. Más bien sería justo que, humillados y agradecidos, palpitarais alrededor mío y, con toda el alma, me ofrecierais al Padre de las Misericordias; más bien sería justo considerar el altar no por lo que han hecho los hombres, sino por lo que vale, por mi presencia mística, pero real. Mirad la Hostia, en la que cada especie es aniquilada, y me veréis a Mí, humillado por vosotros. Mirad el Cáliz en el que mi sangre vuelve a la tierra, rica como es de toda bendición. Ofrecedme, ofrecedme al Padre. No olvidéis que para esto Yo vuelvo entre vosotros.

Si os dijeran: ‘Vámonos a Palestina para conocer los santos lugares en los que Jesús vivió y donde murió’ vuestro corazón daría un vuelco ¿verdad? Sin embargo, el altar sobre el que bajo ahora es más que Palestina, porque de ella partí hace veinte siglos y sobre el altar Yo retorno todos los días vivo, verdadero, real, si bien escondido, pero soy Yo, propio Yo que palpito entre las manos de mi ministro. Yo vuelvo a vosotros, no simbólicamente, oh no, sino verdaderamente. Os lo digo una vez más: verdaderamente. […]

¡Getsemaní, Calvario, Altar! Tres lugares de los que el último, el Altar, es la suma del primero y del segundo; son tres lugares, pero uno sólo es Aquél que encontrareis ahí. […]

Yo vuelvo sobre el Altar santo desde el cual os llamo. Llevad vuestros corazones sobre el corporal santo que sujeta mi Cuerpo. Hundíos, almas dilectas, en aquel Cáliz divino que contiene mi Sangre. Es ahí que el amor estrechará a vuestros espíritus al mismo Creador, al Redentor, a vuestra Víctima; es ahí donde celebraréis mi gloria en la humillación infinita de Mí mismo. Venid al Altar, miradme a Mí, pensad intensamente en Mí…”

Entonces, si la iglesia hospeda el lugar santo por excelencia, el Sancta Sanctorum del Nuevo Testamento en el que se suman Getsemaní y Calvario, lo más lógico es que entremos en él con el débito respeto. San Pío de Pietrelcina daba a sus hijas espirituales las siguientes indicaciones:

“Entra en la iglesia en silencio y con gran respeto, considerándote indigna de presentarse ante la majestad del Señor. Entre las devotas consideraciones, piensa que nuestra alma es templo de Dios y, en cuanto tal, tenemos que conservarla pura y limpia delante de Dios y de sus ángeles. Luego toma agua bendita y, lentamente, santíguate considerando que ése es el signo de nuestra redención: la señal de la cruz. En cuanto veas a Dios sacramentado haz devotamente una genuflexión arrodillándote hasta el suelo. Primero salúdale a Él, a tu Señor —vivo y verdadero en el tabernáculo—, y luego a la Virgen y a los santos.

Encontrado el asiento, arrodíllate y concede a Jesús sacramentado el tributo de tu oración y de tu adoración. Confíale todas tus necesitadas y también las de los demás, háblale con abandono filial, ábrele libremente tu corazón y déjale plena libertad de actuar en ti como Él quera.

Asistiendo a la Santa Misa y a las funciones sacras, procura moverte con mucha gravedad en el levantarte, en el arrodillarte, en el asentarte, y lleva a cabo cada acto religioso con la más grande de las devociones. Sé modesta en las miradas, no gires la cabeza de un lado u otro para ver quién entra o sale; no te rías, sino demuestra reverencia hacia el lugar santo y también consideración para quién esté sentado a tu lado. Ten cuidado de no pronunciar palabra con nadie, a menos que la caridad no te obligue o una imprescindible necesidad lo exija.

En las oraciones en común, pronuncia distintamente las palabras de la oración, haz bien las pausas, no utilices un tono de voz alto, no te apresures nunca, sigue el ritmo del sacerdote que conduce y de los demás.

En resumen, compórtate de tal manera que los presentes se queden edificados y, gracias a tu actitud, se sientan impulsados a glorificar y amar al Padre celestial.

Cuando salgas de la iglesia mantén una postura recogida y calma: saluda primeramente a Jesús sacramentado, pidiéndole perdón por las faltas cometidas ante Su divina presencia y no te despidas de Él si antes no le hayas pedido y de Él recibido la paternal bendición.

Salida ya de la iglesia, muéstrate tal cual debería ser un discípulo del Nazareno”.

Nunca como hoy día deben ser conocidas y practicas estas enseñanzas y estos consejos del más grande místico del siglo XX, del primer sacerdote estigmatizado de la historia, el cual, como dijo Juan Pablo II, “era imagen viva del Cristo doliente y resucitado”.

María Teresa Moretti

MARÍA TERESA MORETTI

Nacida en Italia, vive y trabaja desde hace más de veinte años en España. Es profesora de nivel universitario. Doctora en Antropología Social y Cultural, se ocupa de las problemáticas relacionadas con la transformación de los paradigmas que afectan a las concepciones de la naturaleza humana y del cuerpo, así como de las manifestaciones literarias y artísticas de la llamada “posthumanidad”.
Tomado de:
adelantelafe.com